¡Hola, amigüitos!
Hallóme de nuevo aquí para contaros una elenada… sí, otra… y
reciente, salidica del horno hace un par de semanas.
Todo comenzó un buen día de esos que, casi todo el mundo
suele tener: día de “empaná” gallega terrible (lo cierto es que, todas las
elenadas acaban ocurriendo en días como este… ¿por qué será?)
Pues allá que iba yo a hacer la compra en el Mercadona… con
calma… parándome en todos sitios (justo lo contrario a lo que suelo hacer
habitualmente…). Me detengo en la zona de potingues corporales, del pelo y
demás chorradas de belleza e higiene, dejo el carro a un lado y comienzo a
andar por los dos pasillos que componen esa zona…
Un buen rato me paso de allá para acá sin elegir nada… hasta
que, decididamente cojo de nuevo mi carro y prosigo mi camino “compril”…
De repente, veo a la mujer jefaza de ese Mercadona (sé que
es jefaza porque van con traje de chaqueta ¬¬) que avanza por el pasillo
perpendicular al mío donde nos encontramos en el cruce de ambos, ella hace el
amago de seguir su camino cuando, a los dos pasos, se detiene y recula ese par
de pasos para quedarse mirándome con cara de WTF! de arriba a abajo durante
tres milisegundos que para mí fueron eternos minutos, y finalmente, sigue hacia
adelante poco convencida…
Yo, anonada por la osadía de dicha mujer de mirarme tan
fijamente con semejante cara de… “chica, ¿qué haces con tu vida?”… me miro a mí
misma, miro hacia mi carro y… vengo a observar, roja cual tomate bien maduro,
que lo que tengo en mi carro no es ni más ni menos que una pila de cajas de
cartón de algún empleado que estaba reponiendo productos en las lejas y
arrastran un carro para depositar la cartonada padre sobrante…
Yo, Elena, andaba por el supermercado paseando un carro
lleno de cartones marrones… así, digna y sin fuste aparente… Y mi pobre y
verdadero carro, abandonadito él en algún remoto pasillo, lloraba mi ausencia…
Así pues, con los calores propios de la vergüenza me debatí por unos segundos entre seguir, con la poca dignidad que me quedaba mi camino, o bien, salir escopetada de ese dichoso establecimiento…
Así pues, con los calores propios de la vergüenza me debatí por unos segundos entre seguir, con la poca dignidad que me quedaba mi camino, o bien, salir escopetada de ese dichoso establecimiento…
A pesar de que mis mejillas estaban ardiendo y de un color
rojizo difícil de quitar, seguí con mi compra, mientras ¡para colmo! me reía yo
sola (como una loca) de mi tremenda idiotez…
Así que nada, chicuelos, mi moraleja para esta historia es
que, en esos días del mes, mejor quédate metido o metida en el sobre que será
más productivo que cualquier negocio que vayas a emprender ese día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario