Daré comienzo a este blog contando la historia que dejó
nacer el término elenadas. Aunque para ser sincera, no sé ni quien las
comenzó a llamar a estas… las llamaremos “anécdotas”, de tal forma.
Todo empezó un buen día de invierno volviendo de clase. Yo,
soy de ese sector de la población que padece ese síntoma que, sobre todo, el
viento provoca en los labios… ¡que se cortan! Y es que no lo puedo soportar…
Como decía, volvía de clase buscando algún sitio para
comprar un cacao o similar para hidratar mis labios… Fue entonces cuando vi lo
que comunmente llamamos “bazar chino”.
Allá que me adentro, compro la susodicha barra de cacao con
olor a fresa, salgo del local, la pongo (sin espejo ni ningún sitio donde
mirarme), con esmero y muy decidida, en los labios y en gran parte, por fuera
de ellos también… ¡lo típico, vamos!
Digna y en la gloria, sigo mi camino hasta entrar a un
comercio de barrio. Una vez ahí, veo que el dependiente, un chico de unos
treintaitantos, me mira y baja la cabeza con una tímida risilla. Entonces, le
pregunto el precio de lo que me interesaba y él, sube la mirada, se vuelve a reír
bajando rápidamente la vista hacia el mostrador y me responde a la pregunta…
Yo, que creída no soy, lo primero que pienso es… este está
colado por mi…
¡Ilusa de mí!
Salgo de la tienda, con la autoestima un poco más alta y
prosigo mi camino. Andando, giro la cabeza para mirar lo estupenda que estoy en
un escaparáte… cuál es mi sorpresa cuando vengo a fijarme que parezco Carmen de
Mairena con todos los morros pintados de rosa chicle por dentro y por fuera…
como la tipa esta que hace unos años rondaba por Murcia, la mujerona que se
pintaba los labios y casi llegaba a las cejas, de un rojo chillón que daba
cosica verla… PUES ASÍ MISMO ME IBA PASEANDO YO POR TODO EL CENTRO DE MURCIA.
¿Cuál fue mi reacción al comprobar mis pintas y entender que
le pasaba al pobre chico de la tienda?
Coger mi pañuelo liado al cuello y… rasca, rasca, quitarme
toda esa porquería de los labios.
¿Qué pasó entonces?
Que los pseudo cacaos de los chinos no son todo lo buenos
que cabe esperar y eso no se iba ni con lejía… ¡Ay, madre!
Aún tenía que entrar a otro sitio antes de volver a casa, y
no podía dejarlo pasar ni yendo con esas pintajas…
Allá que entro al supermercado con una palestina liada en
toda la cara, hasta los ojos, porque el pañuelo que ese día llevaba no era otro
que ese…
Conclusión: parecía una terrorista comprando en Mercadona
Por fin, llegué a casa y fui a limpiarme la cara con ansia.
Me costó quitarme el tinto rosa que pintaba todo un tercio de mi cara…
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